Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
RELACIÓN DE MICHOACAN



Comentario

XXV


Cómo el cazonci con otros señores se querían ahogar en la laguna de miedo

de los españoles por persuación de unos prencipales y se lo estorbó don Pedro



Llegó pues don Pedro a la cibad de Mechuacán y halló toda la gente de guerra, y todos los criados del cazonci, a punto que querían ir con él que se quería ahogar en la laguna, por inducimiento de unos principales que le querían matar, y alzarse con el señorío. Y fue don Pedro delante del cazonci, y díjole: "¿Qué nuevas hay? ¿de qué manera vienen los españoles?" Díjole don Pedro: "Señor, no vienen enojados, mas vienen pacíficamente." Y contóle lo que le había dicho el capitán y que los saliese a rescibir; y díjole cómo había visto a los españoles armados y que habían de llevar las maneras de mantas y pescado que está dicho. Díjole aquel principal que andaba por matar al cazonci, llamado Timas. "¿Qué dices, mochacho, mocoso? Alguna cosa les dijiste tú. Vámonos, señor, que ya estamos aparejados. ¿Fueron por ventura tus agüelos y tus antepasados esclavos de alguno, para querer ser tú esclavo? Queden Uitzitziltzi y éste que traen estas nuevas." Respondió don Pedro y dijo: "Yo, ¿qué les había de decir? De aquí fue desta cibdad aquel intérpetre llamado Xanaqua, que me dijo cuando me despedí, cómo había de ser y que no les diésemos guerra." Díjole aquel principal al cazonci: "Señor, haz traer cobre y pondrémosnoslo a las espaldas y ahoguémonos en la laguna, y llegaremos más presto y alcanzaremos a los que son muertos." Y díjoles don Pedro a él y a los otros que decían esto al cazonci: "Qué decís?, ¿por qué? os queréis ahogar? Subíos entre tanto al monte y nosotros iremos a recibillos, y maténnos a nosotros primero y después os podéis ahogar en la laguna." Y díjole al cazonci: "Señor, mira que éstos te mienten, que te quieren matar; que llevan todas sus mantas y joyas huyendo. Si fuese verdad que quisiesen morir, ¿por qué habían de llevar huyendo su hacienda? Señor no los creas." Díjole el cazonci: "Bien me has dicho." Y aquel principal con los otros que le inducían que se ahogase, emborracháronse, y cantaban para irse a ahogar, según ellos decían y don Pedro tomó también mucho cobre a cuestas y díjoles: "Yo, hágolo por no morir; vamos y ahoguémonos todos." Y tornaron a decir aquellos principales al cazonci: "Señor, ahógate porque no andes mendigando: ¿eres por ventura mazegual y de baja suerte? ¿fueron por ventura tus antepasados esclavos? mátate como nosotros; no te haremos merced, y te seguiremos y iremos contigo." Respondióles el cazonci: "Ansí es la verdad, tíos, esperad un poco." Y atavióse, y púsose unos cascabeles de oro en las piernas, y turquesas al cuello y sus plumajes verdes en la cabeza, y aquellos principales también y decíánle: "Señor: traigan los plumajes que eran de tu agüelo, y pondrémonoslos un poco, que no sabemos quién ha de ser rey y el que se los pondrá." Y mandó el cazonci que trujesen los plumajes, y hizo sacar brazaletes de oro y rodelas de oro, y tomábanselas aquellos principales, y bailaban todos, y don Pedro tenía mucha pena consigo, y decía: "¿Para qué le quitan sus joyas al cazonci? ¿para qué las quieren éstos? cómo ¿no andan por ahogarse y morir? Cómo le engañan y lo dicen de mentira lo que dicen, y con cautela y traición, y le quieren matar. Cómo ¿oyeron ellos lo que yo oí a los españoles? Yo que fuí a ellos yo lo oí muy bien, y no vienen enojados, y vi los señores de México, que vienen con ellos. Si los tuvieran por esclavos ¿cómo habrán de traer collares de turquesas al cuello, y mantas ricas y plumajes verdes, como traen? ¿Cómo no les hacen mal los españoles? ¿Qué es lo que dicen éstos? Y salieron las señoras questaban en casa del cazonci, y preguntaron a don Pedro qué nuevas traía al cazonci. Respondióles don Pedro: "Señoras, muy buenas nuevas le truje: que no vienen airados ni enojados los españoles, que no sé lo que le dicen estos principales." Y espantáronse aquellas señoras y retorciánse las manos, y lloraban, y decíanle: "Pésenos que no les habías traído estas nuevas de placer." Y tenía mucha pena don Pedro consigo, porque estaba solo y aún no había venido su hermano Uitzitziltzi. Y entróse el cazonci en un aposento de su casa, y llamábanle aquellos principales y decíanle: "Señor, vamos, sal acá." Y el cazonci, hizo hacer secretamente un portillo en una pared de su casa que salía al camino y tomó todas sus mujeres, que era de noche, y hizo matar todas las lumbres, y salióse huyendo por allí y subióse al monte con sus mujeres, que estaba cerca, y ansí se libro de sus manos, y fueron tras él aquellos principales así borrachos como estaban y compuestos, y iban sonando sus cascabeles por el camino y el cazonci fuese a un pueblo llamado Urapan, obra de ocho o nueve leguas de la cibdad, y supiéronlo aquellos principales y fuéronse tras él, que iban preguntando por él, y llegaron donde él estaba, y díjoles: "Seáis bien venidos tíos: ¿cómo venís por acá?" Dijéronle: "Señor, venimos preguntando por ti: ¿dónde vamos, señor? Vamonos alguna parte muy lejos." Y díjoles el cazonci: "Estémonos a ver aquí, a ver qué nuevas hay, y qué harán los españoles cuando vengan. Allá están aparejados Uitzitziltzi, y su hermano Cuinierángari: esperemos a ver, qué nuevas nos traerán, a ver si los maltratan." Llegando los españoles a la cibdad, como supieron todos los caciques y señores questaban en la cibdad, quel cazonci se había ido, paráronse muy tristes, y dijeron: "¿Cómo se fue? ¿No tuvo compasión de nosotros? ¿A quién queremos hacer merced sino a él? Muy malos son los que le llevaron." Y llegaron diez mexicanos a la cibdad, que enviaba Cristóbal de Olí, y como vieron a toda la gente triste, dijeron a los principales: "¿Por qué estáis tristes?" Y dijéronle: "Nuestro señor el cazonci es ahogado en la laguna." Dijeron ellos: "¿Pues qué haremos? Tornémonos a rescibir a los que nos enviaban, que cosa es ésta de importancia." Y volviéronse los mexicanos y hiciéronselo saber a Cristóbal de Olí, cómo el cazonci era ahogado. Dijo Cristóbal de Olí: "Bien está, bien está, vamos, que llegar tenemos a la cibdad" Y antes que llegasen los españoles, sacrificaron los de Mechuacán ochocientos esclavos de los que tenían encarcelados, porque no se les huyesen con la venida de los españoles, y se hiciesen con ellos, y saliéronles a rescibir de guerra Uitzitziltzi y su hermano don Pedro y todos los caciques de la provincia y señores con gente de guerra, y llegaron a un lugar, obra de media legua de la cibdad, por el camino de México, en un lugar llamado Apí[o] y hicieron allí una raya a los españoles y dijéronles que no pasasen más adelante, que les dijesen a qué venían, y que si los venían a matar. Respondióles el capitán: "No os queremos matar: veníos de largo aquí adonde estamos: quizá vosotros nos queréis dar guerra." Dijeron ellos: "No queremos." Díjoles el capitán Cristóbal de Olí: "Pues dejá los arcos y flechas y vení donde nosotros estamos, y dejáronlos y fueron donde estaban los españoles, parados en el camino todos los señores y caciques con algunos arcos y flechas, y rescibiéronlos muy bien y abrazáronlos a todos, y llegaron todos a los patios de los cúes grandes y soltaron allí los tiros, y cayéronse todos los indios en el suelo de miedo, y empezaron a escaramuzar en el patio, que era muy grande, y fueron después a las casas del cazonci y viéronlas y tornáronse al patio de las cinco cúes grandes, y aposentáronse en las casas de los papas, que tenían diez varas que ellos llaman pirimu, en ancho, y en los cúes, questaban las entradas de los cúes y las gradas llenas de sangre, del sacrificio que habían hecho. Y aun estaban por allí muchos cuerpos de los sacrificados, y llegábanse los españoles, y mirábanles si tenían barbas, y como subieron a los cúes y echaron las piedras del sacrificio a rodar por las gradas abajo, y a un dios questaba allí llamado Curita caheri, mensajero de los dioses, y mirábalo la gente y decían: "¿Por qué no se enojan nuestros dioses? ¿cómo no los maldicen?." Y trujeronles mucha comida a los españoles, y no había mujeres en la cibdad, que todas se habían huído y venido a Pátzquaro, y a otros pueblos, y los varones molían en las piedras para hacer pan para los españoles, y los señores y viejos. Y estuvieron los españoles seis lunas en la cibdad (cada una cuenta esta gente veinte días) con todo su ejército, y gente de México, y a todos les proveían de comer pan y gallinas, y huevos, y pescado que hay mucho en la laguna, y desde ha cuatro días que llegaron, empezaron a preguntar por los ídolos, y dijéronles los señores que no tenían ídolos. Y pidiéronles sus atavíos, y lleváronles muchos plumajes, y rodelas, y máscaras, y quemáronlo todo los españoles en el patio. Después desto, empezáronles a pedir oro, y entraron muchos españoles a buscar oro a las casas del cazonci.





XXVI



Del tesoro grande que tenía el cazonci, y dónde lo tenía repartido; y cómo llevó

don Pedro al marqués docientas cargas de oro y plata, y de cómo mandó

matar el cazonci unos principales porque le habían querido matar



Tenía pues el cazonci de sus antepasados, mucho oro e plata en joyas de rodelas y brazaletes, y medias lunas y bezotes y orejeras, que tenía para sus fiestas y areitos. E inquiriose de los que lo guardaban, qué tanta cantidad sería, y dellos dijeron, y otros aun no han dicho, tenía en su casa cuarenta arcas, veinte de oro y veinte de plata, que llamaban chuperi, dedicado para las fiestas de sus dioses. Mucha cosa debía de ser. Tenía ansí mismo joyas suyas en su casa, en otra parte, llamada Ychechemirenba, en gran cantidad; tenía ansí mismo, en una isla de la laguna llamada Apúpato, diez arcas de plata fina en rodelas; en cada arca doscientas rodelas y mitras para los cativos que sacrificaban, y mil e seiscientos plumajes verdes Curicaueri, otros tantos la diosa Xarátanga, y otro su hijo Manouapa, y cuarenta jubones de pluma rica, y cuarenta de pluma de papagayos. Estos habían puesto allí sus bisagüelos del cazonci. Tenía ansí mismo en otra casa, otras diez arcas de rodelas; en cada arca doscientas rodelas, que no era muy fina la plata, y habíala puesto allí su padre del cazonci muerto llamado Zuanga; y cuatro mil e setecientos plumajes verdes, y cinco jubones de aquella pluma rica llamada chatani, y cinco de papagayos. En otra isla llamada Xanecho tenía ocho arcas de rodelas de plata, y mitras llamadas angáruti, plata fina: cada docientas rodelas en cada arca y mitras de plata, y unas como tortas redondas llamadas curinda cuatrocientas, y esta plata había puesto allí su padre llama Zuangua, dedicadas a la luna.



Ansí mismo tenía [en] otra isla llamada Pacandan, cuatro arcas de rodelas de plata fina, cada cien rodelas en cada arca, y veinte rodelas de oro fino que estaban repartidas en aquellas arcas: en cada arca, cinco. Estaban allí sus guardas y de padres a hijos venía por su subcesión guardar este tesoro. Y hacían sementeras y ofrescíanlas a aquella plata y había un tesoro mayor sobre todo.



Así mismo tenía en otra isla llamada Urandeni otro tesoro de oro en joyas. No me han dicho el número que era.



En la misma isla de Apúpato tenía otro tesoro de plata.



Dice adelante la historia: Pues como entraron los españoles en sus casas del cazonci, donde estaban las cuarenta cajas, veinte de oro y veinte de plata en rodelas, empezaron a hurtar de las cajas, que debían de ser algunos mozos, y metíanlas debajo las capas, y viéronlos las mujeres del cazonci y salieron tras ellos con unas cañas macizas y empezáronles de dar de palos. Aunque estaban con sus espadas, no les osaron hacer mal. Mas ponían las manos en las cabezas por defenderse de los palos, y a unos se les caían por huir: otros las llevaban, y estaban por allí los principales y las mujeres empezáronlos a deshonrar diciéndoles que para qué traían aquellos bezotes de valientes hombres, que no eran para defender aquel oro y plata que llevaba aquella gente, que no tenían vergüenza de traer bezotes. Y los principales dijéronles que no les hiciesen mal, que suyo era aquello de aquellos dioses que lo llevaban. Sabiendo Cristóbal de Olí de aquellas arcas, hízolas sacer fuera, y lleváronlas a las casas de los papas, donde ellos posaban, y abriéronlas y empezaron a escoger las rodelas más finas; y las que no eran tanto, poníanlas en otra parte, y partíanlas por medio con las espaldas, y pusiéronlas en unas mantas y hicieron doscientas cargas dellas, y mandó el capitán Cristóbal de Olí a don Pedro, que llevase todo aquel oro y plata a México al gobernador, el señor Marqués del Valle. Y dijo que fuesen de veinte en veinte indios, que si viesen unos a otros por el camino: y pusiéronles unas banderillas encima de las cargas, y dijéronles a los tamemes, que se viesen unos a otros por el camino, y que viesen aquellas banderillas. Y llegó don Pedro y unos españoles que iban con aquellas cargas y presentáronlo al Marqués que estaba a la sazón en un pueblo de México llamado Cuyacan, y contaron las cargas, y preguntó el Marqués a don Pedro, que dónde estaba el cazonci, que dónde había ido. Díjole don Pedro: "Señor, ahogóse en la laguna, pasándola por venir de presto a saliros a rescibir." Díjole el Marqués: "Pues ques muerto, ¿quien será señor? ¿no tiene algunos hermanos?" Díjole don Pedro: "Señor, no tiene hermanos." Díjole el Marqués: "Pues ¿qué se ha hecho de Uitzitziltzi? ¿qué parentesco tiene con él?" Díjole don Pedro: ".No tiene parentesco con él: yo y él somos hermanos de un vientre." Díjole el Marqués: "Ese será señor: seas bien venido." Entonces dióle unos collares de turquesas, y díjole: "Estos tenía para dalle al cazonci: empero pues se ha ahogado, echalo allí donde se ahogó, para que lo lleve consigo." Después que le mandó dar de comer, díjole el Marqués: "Ve a México y verás cómo le destruímos". Y lleváronle unos prencipales a México, que nunca había ido allá, en toda su vida ni sus antepasados muchos tiempos había, y saliéronle los señores a rescibir y diéronle flores y mantas ricas, y dijéronle a él, e a otros prencipales que iban con él: "Bien seáis venidos, chichimecas de Mechuacán; ahora nuevamente nos habemos visto: no sabemos quién son estos dioses, que nos han destruido y nos han conquistado: ¡Miró esta cibdad de México, nombrada de nuestro dios Tzintzuuiquixo, cuál está toda desolada! A todos nos han puesto naguas de mujeres. ¡Cómo nos han parado tan bien! ¿Os han conquistado a vosotros que érades nombrados? Sea ansí como han querido los dioses. Esforzaos en vuestros corazones. Esto habemos visto e sabido nosotros que somos muchachos. No sé qué supieron y vieron nuestros antepasados. Muy poco supieron. Nosotros lo habemos visto y sabido siendo muchachos." Respondióles don Pedro y dijo: "Ya, señores, me habéis consolado con lo que nos habéis dicho: ya nos habéis visto: ¿cómo nos viéramos y visitáramos, si no nos trataran desta manera? Seamos hermanos por muchos años, pues que ha placido a los dioses que quedemos nosotros y escapamos de sus manos, sirvámoslos y hagámoslos sementeras. No sabemos qué gente vendrá: mas obedezcámoslos. Baste esto y tornémonos a Cuyacan al Marqués, pues habemos visto a México. Y diéronse unos a otros mantas ricas, y otras joyas, y volvió don Pedro con los suyos a Cuyacan y envió el Marqués que los saliesen a rescibir. Y habían traído unas cartas de la cibdad de Mechuacán, que decían haber hallado al cazonci, y llamó el Marqués a don Pedro y díjole: "Ven acá: ¿por qué me dejiste que era ahogado el cazonci, que dicen questá en el monte escondido? Que dos prencipales amedrentaron y ellos lo descubrieron." Díjole don Pedro: "Quizá ansí es como dicen; quizá salió [a] alguna parte de la laguna en alguna isla pequeña, y se iría huyendo y no le vimos cuando se fue." Y empezó a llorar de miedo que le habían de mandar matar y díjole el Marqués: "No llores: ve a tu tierra, mañana te daré una carta y de aquí a tres días, te irás." Díjole don Pedro: "Sea ansí, señor, bien es lo que dices." Y al siguiente día diéronle una carta, y dióle muchos charchuis y turquesas para él y díjole: "Di al cazonci, que venga donde yo estoy: que no tenga miedo, que se venga a sus casas a Mechuacán; que no le harán mal los españoles, y vendráme a visitar." Y despidióse, y vino a Mechuacán, y juntáronse los señores y caciques, y contóles cómo les había ido, y lo que decía el Marqués y holgáronse mucho, y fueron por el cazonci, Uitzitzilti y dos españoles, y adelantóse de los españoles y llegó a Uruapan, donde estaba el cazonci, y díjole: "Señor, vamos a la cibdad, que vienen por ti dos españoles, y yo me adelanté: no hayáis miedo, esfuérzate." Y díjole el cazonci: "Vamos hermano, no sé donde me hicieron venir los que me han tratado desta manera por rencor que tienen conmigo, que de verdad no son mis parientes." Y como se quisiese partir, dijéronle aquellos prencipales que le habían quisido matar: "Señor, ¿qué haremos?" Díjoles: "Allá voy a Mechuacán" y quedáronse allí aquellos prencipales, y toparon con los españoles y abrazáronle y dijéronle: "No hayas miedo que no te harán mal; que por ti venimos." Díjoles el cazonci: "Vamos, señores." Y llegaron a Pátzcuaro, y salióle a recibir don Pedro y saludóle, y díjole: "Señor, seas bien venido." Díjole el cazonci: "Y tú también, seas bien venido, hermano. ¿Cómo te fué? ¿dónde fuiste?" Díjole don Pedro: "Muy bien me fué, y no hay ningún peligro: todos los españoles están alegres: dice el capitán que vayas a velle allá a México." Dijo el cazonci: "Vamos, pues, que ya me traen." Y llegaron a la cibdad, y empezaron a ponelle guardas al cazonci, porque no se les escondiese otra vez y pidiéronle oro y llamó sus prencipales y díjoles: "Vení acaí, hermanos: ¿dónde llevaron el oro que estaba aquí." Dijeron: "Señor, ya lo llevaron todo a México." Díjoles el cazonci: "¿Dónde iremos por más? Mostrémosles lo que está en las islas de Pacandan y Urandén. Y envió unos prencipales que se lo mostrasen a los españoles, y vinieron los españoles de noche y ataron todo aquel oro en cargas y hicieron ochenta cargas de aquel oro de rodelas y mitras y lleváronlo de noche a la cibdad y dijo Cristóbal de Olí al cazonci: "¿Por qué das tan poco? trae más, que mucho oro tienes ¿para qué lo quieres?" Y decía el cazonci a sus prencipales: "¿Para qué quieren este oro? débenlo de comer estos dioses, por eso lo quieren tanto". Y mandó que mostrasen a los españoles más oro y plata questaba en una isla llamada Apúpato y hicieron sesenta cargas dello, y en otra isla llamada Utuyo, diez cajas, que hicieron de toda aquella vez trescientas cargas de oro y plata, y dijo el cazonci: "¿Qué haremos, que ya nos lo han quitado todo?" Dijo a los españoles que no tenían más y díjoles: "Esto que estaba aquí no era nuestro, mas de vosotros que sois dioses y ahora os lo lleváis porque era vuestro." Díjole Cristóbal de Olí: "Bien está: quizás dices verdad que no tienes más; mas tu has de ir con estas cargas a México." Díjoles el cazonci: "Que me place, señores, yo iré." Y partióse para México con todos los señores y prencipales y caciques de la provincia y iba llorando por el camino y decía a don Pedro y su hermano Uitzitziltzi: "Quizás no me dijistes verdad en lo que me dejistes que estaban alegres los españoles en México: escapéme de las manos de aquellos prencipales que me querían matar, y vosotros me queréis hacer matar allá en México; y me habéis mentido." Dijéronle ellos: "Señor, no te habemos mentido: la verdad te dijimos; cómo, ¿no llegarás allá y lo verás? mucho se holgarán con tu venida: di esto que dices allá, después que hayas llegado, y no aquí, y allá verás si mentimos, y allá creerás lo que te dijimos." Y llegó a Cuyacan, donde estaba el Marqués, y holgóse mucho con él y rescibióle muy bien y díjole: "Seas bien venido; no rescibas pena; ancla a ver lo que hizo un hijo de Moctezuma; allí le tenemos preso porque sacrificó muchos de nosotros." Y hizo llamar todos los señores de México el Marqués, y díjoles cómo era venido el señor de Mechuacán, que se alegrasen, y que le hiciesen convites, y que se quisiesen mucho y señalarónle al cazonci unas casas donde estuviese, y fue a ver el hijo de Moctezuma, y tenía quemados los pies y dijéronle: "Ya le has visto cómo está por lo que hizo; no seas tú malo como él." Y estuvo allí cuatro días y hiciéronle muchas fiestas los mexicanos y alegrase mucho el cazonci y dijo: "Ciertamente son liberales los españoles, no os creía." Y dijéronle los prencipales: "Ya, señor, has visto que no te mentíamos; no nos apartaremos de ti: nosotros entenderemos en lo que nos mandaren los españoles y los nauatlatos: come y huelga y no rescibas pena; veamos lo que dirán y nos mandarán. Y llamóle el Marqués y díjole: "Vete a tu tierra, ya te tengo por hermano. Haz llevar a tu gente estas áncoras; no hagas mal a los españoles que están allá en tu señorío, porque no te maten. Dales de comer y no pidas a los pueblos tributos, que los tengo de encomendar a los españoles." Y díjole el cazonci que ansí lo haría, que ya le había visto y díjole: "Yo vendré a visitarte." Y partióse con sus prencipales y venía holgando y jugando al patol por el camino y llegó a Mechuacán y los españoles no le hicieron mal y díjole el capitán: "Huelga en tu casa y reposa." Y ninguno entraba en su casa porque lo había ansí mandado el capitán que no entrasen, sino sus prencipales. Y envió el cazonci a don Pedro con aquellas áncoras a Zacatula, que era por la fiesta a catorce de noviembre del presente año, y fueron a llevar las áncoras, mil e seiscientos hombres y dos españoles y dijéronle en el camino a don Pedro, que se compusiese, porque le viesen los señores de Zacatula. Y púsose muchos collares de turquesas al cuello y llevaron las áncoras, y volvióse a Mechuacán con mucho cacao que le dieron los españoles para Cristóbal de Olí. Luego como vino Pedro, llamóle el cazonci y díjole: "Ven acá ¿qué haremos de aquellos prencipales que me quisieron matar, por la soberbia que tuvieron que me escapé de sus manos? Ellos no escaparán de las mías: ve y mátalos que eres valiente hombre." Díjole don Pedro: "Señor, sea como mandas." Y partióse y llevó cuarenta hombres consigo, cada uno con sus porras, y pasó la laguna en amanesciendo y aquel prencipal llamado Timas, habíase huído a Capacuero y tenía sus espías puestas por los caminos. Ya sabía cómo le quería hacer matar el cazonci y estaba esperando quien le había de ir a matar. Y llegó don Pedro con la gente que llevaba, y hallóle asentado con collares de turquesas al cuello y unas orejeras de oro en las orejas, y cascabeles de oro en las piernas y una guirnalda de trébol en la cabeza, y estaba borracho. Y don Pedro llevaba una carta en la mano, y como le vio aquel prencipal, díjole: "¿Dónde vas?" Díjole don Pedro: "A Colina vamos, que nos envían allá los españoles". Y llegose a él y díjole: "El cazonci ha dado sentencia de muerte contra ti." Díjole aquel prencipal "¿Por qué: qué hecho yo?" Díjole don Pedro: "Yo no lo sé: inviado soy." Díjole el prencipal llamado Timas: "¿Por qué viniste tú? ¿Eres tu valiente hombre? peleemos entrambos. ¿Con qué palearemos? Con arcos y flechas o con porras." Díjole don Pedro: "Con porras pelearemos." Díjole aquel prencipal: "¿Qué, eres muy valiente hombre? ¿dónde estuviste tú en el peligro de las batallas. donde pelean enemigos con enemigos? ¿Dónde mataste tú allí alguno? ¿a qué veniste tú? Seas bien venido. pues que mi sobrino el cazonci lo manda, sea ansí. Yo, poco faltó que no le maté a él; íos vosotros, que no me habéis de tratar: yo me ahorcaré mañana o esotro día, que sois muy avarientos los que venís y codiciosos los que me venís a matar." Díjole don Pedro: "¿Dónde m% has inviado tú, que haya robado a nadie? Tú eres el que robaste al cazonci y a sus hermanos y mataste todos los señores, ¿por qué tienes vergüenza de morir?" Y entróse aquel prencipal en un aposento de su casa, y hízole saber a sus mujeres, y quemaron mucho hilo y de sus alhajas para llevar consigo, y trató una de aquellas mujeres, para llevar consigo, y tornó a salir donde estaba don Pedro y la gente que le venían a matar, y empezóles a dar de beber. Y tomó el vino don Pedro y arrojólo en el suelo y díjole aquel prencipal: "¿Por qué lo derramaste? ¿qué tenía?" Díjole don Pedro: "¿Vínete yo por ventura a visitar, para que me dieses a beber? Yo hambre tengo y no sed." Díjole aquel prencipal: "¿Quién no sabe que eres valiente hombre, y que conquistaste a Zacatula?". Y díjole don Pedro: "Burlas en lo que dices que conquisté yo a Zacatula. ¿No la conquistaron los españoles?" Y llegóse a él con todos los que llevaba consigo y asieron dél, y decía: "Paso, paso"; y acogotáronle con las porras, y quebráronle la cabeza y lleváronle arrastrando antes que muriese, y no supieron sus mujeres de su muerte, que pensaron que no le matarían tan presto. Y todos los que estaban con él huyeron de miedo, y entraron a su casa de los indios que llevaba don Pedro consigo, y empezaron a quitar las mantas a las mujeres, porque aquella costumbre era cuando mataban alguno, que le robaban todo cuanto tenía en su casa. Y díjoles don Pedro: "¿Por qué les quitais las mantas?" Dijeron ellos: "Esta costumbre es, señor." Y mandóselas tornar y tornáronles sus mantas, y empezaron a llorar sus mujeres a aquel prencipal muerto, y a decir: "Ay señor; espéranos, que querernos ir contigo." Y díjoles don Pedro: "No lloréis, quedaos aquí, que a él sólo matamos; no vais a ninguna parte: estaos con sus hijos, y no hayais miedo", y trujeron su hacienda y enterraron aquel prencipal, en un lugar llamado Capacuero, y tornóse a la cibdad y tornóle a inviar el cazonci a matar los otros prencipales que le habían quisido matar, y quitóles toda su hacienda. Y fueron luego los españoles a conquistar a Colima y hasta las mujeres les llevaban las cargas, y fue por capitán de la gente que fue de guerra Uitzitziltzi y conquistaron a Colima, y no murió ningún español, y mataron y murieron muchos de Colima y sus pueblos. Y los indios de Mechuacán iban a la guerra con sus dioses vestidos como ellos solían en su tiempo, y sacrificaron muchos de aquellos indios y no les decían nada los españoles. Y volvieron los españoles y Uitzitziltzi a Pánuco con más gente y después con Cristóbal de Olí a las Higueras y allá murió. Y vinieron los españoles desde a poco a contar los pueblos y hicieron repartimiento dellos. Después de esto, fue el cazonci a México y díjole el Marqués si tenía hijos o don Pedro, y dijeron que no tenían hijos, qué prencipales había que tenían hijos. Y mandólos traer para que se ensiñasen [en] la doctrina cristiana en San Francisco, y estuvieron allá un año quince muchachos, que fueron por la fiesta de Mazcoto a siete de Junio, y amonestóles el cazonci que aprendieren, que no estarían allá más de un año. Y desde a poco hubo capítulo de los padres de San Francisco de Guaxacingo, y enviaron por guardián un padre antiguo muy buen religioso, con otros padres a la cibdad de Mechuacán, llamado fray Martín de Ch[a]?ves, y holgáronse mucho los indios. Tomóse la primera casa en la cibdad de Mechuacán, habrá doce años o trece, y empezaron a pedricar la gente y quitalles sus borracheras; y estaban muy duros los indios. Estuvieron por los dejar los religiosos dos o tres veces. Después vinieron más religiosos de San Francisco y asentaron en Ucareo, después en Tzinapéquaro y de allí fueron tomando casas y hízose el fruto que Nuestro Señor sabe en esta gente. De tan duros como estaban, se ablandaron y dejaron sus borracheras y idolatrías y cirimonias y babtizáronse todos cada día van aprovechando y aprovecharán con la ayuda de Nuestro Señor.











XXVII



De lo que decían los indios luego que vinieron españoles y

religiosos y de lo que trataban entre sí



Luego, como vieron los indios los españoles, de ver gente tan extraña y ver que no comían sus comidas de ellos, y que no se emborrachaban como ellos, llamábanlos tucupacha, que son dioses, y teparacha, que son grandes hombres, y también toman este vocablo por dioses, y acátzecha, ques gente que tray gorras y sombreros. Y después andando el tiempo, los llamaron cristianos. Decían que habían venido del cielo: los vestidos que traían decían que eran pellejos de hombres como los que ellos se vestían en sus fiestas; a los caballos, llamaban venados y otros tuycen, que eran unos como caballos quellos hacían, en una su fiesta de Cuingo, de pan de bledos, y que las crines, que eran cabellos postizos que les ponían a los caballos. Decían al cazonci los indios que primero los vieron, que hablaban los caballos, que cuando estaban a caballo los españoles, que les decían los caballos, por tal parte habemos de ir, cuando los españoles les tiraban de la rienda. Decían que el trigo y semillas y vino que habían traído que la madre Cuerauáperi se lo había dado, cuando vinieron a la tierra. Cuando vieron los españoles, cuando vieron los religiosos con sus coronas y ansí vestidos pobremente y que no querían oro ni plata, espantábanse, y como no tenían mujeres, decían que eran sacerdotes del dios, que había venido a la tierra, y llamábanlos curitiecha, que eran sacerdotes que traían unas guirnaldas de hilo en las cabezas y unas entradas hechas. Espantábanse cómo no se vestían como los otros españoles, y decían: "Dichosos éstos que no quieren nada." Después unos sacerdotes y hechiceros suyos, hiciéronles en creyente a la gente, que los religiosos eran muertos, y que eran mortajas los hábitos que traían, y que de noche, dentro de sus casas, se deshacían todos y se quedaban hechos huesos, y dejaban allí los hábitos, y que iban allá al infierno donde tenían sus mujeres, y que vinían a la mañana. Y esta ironía duroles mucho, hasta que fueron más entendiendo. Decían que no morían los españoles, que eran inmortales. También aquellos hechiceros hicieronles en creyente, que el agua con que se bautizaban, que les echaban encima las cabezas, y que era sangre, y que los hendían las cabezas a sus hijos y por eso no los osaban bautizar, que decían que se les habían de morir. Llamaban a las cruces Santa María, porque no habían oído la doctrina y tenían las cruces por dios, como los quellos tenían. Cuando les decían que habían de ir al cielo, no lo creían y decían: "Nunca vemos ir ninguno." No creían nada de lo que les decían los religiosos, ni se osaban confiar dellos. Decían, que todos eran unos, los españoles, y ellos pensaban que ellos se habían nascido ansí los frailes, con lo hábitos; que no habían sido niños. Y duróles mucho esto, y aun agora aun no sé si lo acaban de creer que tuvieron madres. Cuando decían misa, decían que miraban en el agua, que eran hechiceros. No se osaban confiar, ni decían verdad en las confisiones, pensando que los habían de matar, y si se confesaba alguno, estaban todos acechando cómo se confesaba, y más si era mujer. Preguntábanles después qué les habían dicho o preguntado aquel padre, y ellos decíanlo todo. A las mujeres de Castilla llamaban cuchaecha, que son señoras y diosas. Decían que hablaban las cartas que les daban para llevar alguna parte, y por esto no osaban mentir alguna vez. Maravillábanse de cada cosa que vían. Como son amigos de novedades, las herraduras de los caballos decían que eran cotaras y zapatos de hierro de los caballos. En Tlaxcala trujeron para los caballos sus raciones de gallinas, como para los españoles. Lo que les predicaban los religiosos espantábanse de oíllo, y decían que eran hechiceros, que les decían lo que ellos hacían en sus casas, o que alguno se lo venía a decir, o que era lo quellos les habían confesado.